¿Recuerdas cuando de pequeño jugabas al pilla-pilla? Corrías, corrías y cuando te veías aprisionado, a punto de perder, te metías en “casa” y estabas a salvo de todos los males.
Era solo un juego, pero era un juego basado en la vida real sin duda. Vivimos escapando de aquello que nos da miedo, aquello que nos produce tristeza o desazón; y a diferencia del juego, entrar en casa no te salva, a veces te hunde más aún.
Eso se debe, en realidad, a que no sabemos interpretar las palabras, ya que estas guardan un significado más allá de lo que un diccionario dice, por ejemplo, en este caso, la palabra “casa”, no hace referencia a esas 4 paredes donde vives, a esa habitación en la que te encierras cuando quieres desaparecer. En este caso, hacemos referencia al hogar, a ese lugar en el que el miedo desaparece, la oscuridad se difumina como lo hace la mayor de las tormentas en su ojo, con un rayo de luz que proyecta tu sonrisa al sentirte seguro y feliz en tu “casa”.
Tras despejar comillas, comenzamos a verlo todo desde otra perspectiva, podemos aplicar este juego de escapar de nuestro captor a la propia vida, en la que cada día se inicia una nueva partida de la cual siempre tratamos de salir victoriosos y en algunos casos siendo necesario escondernos en casa, para estar a salvo; esa playa vacía en un soleado día de primavera, el vaivén de las olas que te mece la mente y te despeja el alma; ese prado verde, con una mesa y unos bancos; esa melodía que tarareas en el coche rumbo a ninguna parte o esa copa que pones en alto al sonar el temazo de la noche.
Esa persona que actúa de salvavidas, con el simple hecho de escucharte y hacerte ver que no todo es un drama, que de todo lo malo puede sacarse algo bueno y que la vida no se acaba en ese final que tu cabeza a preparado para ti.
Por qué es así, en este pilla-pilla que es la vida, nuestro perseguidor no es nadie más que nosotros mismos, nuestra cabeza, que es sin lugar a dudas, el entrenador más duro que nunca tendremos, pues es consciente de nuestras debilidades y las explota con gusto, pero siempre buscando que nos levantemos, que sigamos peleando y que ganemos la partida, por ello, hay que pensar siempre con el corazón, porque es el único que siempre gana la partida a la razón, porque si pones corazón en qué quieres conseguir, juegas con ventaja y te haces inalcanzable.
De esta forma, ganas la partida, por que el corazón, es casa y siempre será ese as que completa tu poker.
J.
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